En esos tiempos, hordas de lansquenetes en desbandada surcaban el país en pequeñas bandas. Miraban hacia atrás con inquietud, la fatiga ahondaba sus arrugas. La desolación de la guerra se extendía hasta donde se perdía la vista en los campos abandonados, donde pesados cuervos se abatían para darse un festín. Es una de esas bandas de soldados la que, empujada por el frío y el hambre, un día de invierno de 1538, se detiene ante las puertas de una granja aislada. Pero la miseria es grande, los campesinos consideran a los soldados poco numerosos y agotados y, esperando que seguirán su camino, les niegan la hospitalidad...
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